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Cuerpo y
contratiempo

derivas de María Compás@mariacompas

Música & Poeta

¿Qué es un libro?

Es un trazo, una especie de hueso cuya materia persiste en el tiempo, a menor o mayor grado. Se ve, se toca, se huele, se degusta. Los objetos narran sin palabras, los objetos trazan. Un libro es un artificio, un quipus, un nodo, un archivo; cruce de diversas temporalidades, espacios, imaginarios, temples, hitos, etc. El libro es el intento de nombrar, de atestiguar, de dejar una inscripción que en sí misma se transforma. Tal vez cuando el objeto no intenciona su forma de narrar, de enunciar, de nombrar, de imaginar, de archivar, pierde la posibilidad de ser un libro. Cuando deja de ser convergencia, nodo, quipus.

¿Qué (nos) hace un libro?

El libro acompaña, organiza, expande la consciencia, la comprensión de las cosas, abre y diversifica imaginarios, propensa la asociación, la relación, el cruce de diversas ideas e historias.

¿Es la acontecida con el libro u relación humano/objeto que estamos olvidando, perdiendo?

Creo que sí. La acontecida con el libro se subsume cada vez más a la dictatorialidad de lo inmediato. La efectividad, el aceleramiento, la distopía y literalidad de esta era ha afectado la relación humanx-libros.

El libro es un contratiempo, es resistencia, pero los mecanismos de control se han agudizado, sofisticado a tal punto que cada vez cuesta más mantener viva la trinchera que propone el libro. Éste es cada vez más soterrado, desplazado. No dudo que si no resignificamos la objetualidad del libro éste se termine convirtiendo en un objeto de antigüedad cuyo valor sólo se verá reducido al paso del tiempo.

Las máquinas hacen libros ¿faltaría algo en un libro hecho sin intervención humana?

No creo que faltaría algo en un libro hecho sin intervención humana. Lo veo, más bien, como otra posibilidad del libro, una extensión de éste. Creo que la tecnología ha gatillado afecciones diversas sobre el libro. Algunas provienen de un paradigma conservador que se resiste a abandonar sus cristalizaciones, sistematizaciones y comodidades en el quehacer y el análisis. Un paradigma que se enmarca en una especie de neofobia literaria, que al menos en Latinoamérica, es bastante notoria en los circuitos literarios de carácter formal. En otro polo, esto gatilla afecciones entusiastas que conciben a los cambios generados por la tecnología como aperturas, profundización, resignificación de la relación libro-objeto, libro-materia.

¿Cómo deberían ser los libros escolares?

Libros menos antropocéntricos. Libros que no se reduzcan a la mera comprensión, sino que apunten a una experiencia sensorial, múltiple, móvil e idealmente colectiva.

¿A qué sensaciones te enfrenta relacionarte con libros? ¿existe algún sustituto a ese sentir?

Me genera sosiego, regula la velocidad de mi pulso, me invita a la pausa, a detenerme, a entrar en lo que el contenido del libro propone, a inmiscuirme en sus imaginarios, en esos universos alternos. Los libros me dan bienestar, con ellos me siento acompañada, contenida, en relación fluida conmigo misma.

Para mí un sustituto de la sensación que me generan los libros es la composición musical, debido a la sistematicidad sensorial que ésta propone, la invitación a entrar, involucrase con el universo alternativo que la composición misma, al igual que la lectura, propone. Escuchar podcasts temáticos con una visión crítica o analítica también sustituyen, en un grado menor, la relación que establezco con los libros. Sin embargo, hasta el momento sólo los libros y la escritura (que es otra forma de leer) me entregan esa sensación de calma, contención y ordenamiento especulativo.

¿Todo libro debe tener un “objetivo”?

Aunque quisiéramos huir del objetivo, en tiempos como los de hoy siempre hay objetivo. No sé si debe haber una finalidad, pero sí creo que cuando hay una intencionalidad el libro logra ordenar su contenido, intensificar y precisar su acometido.

¿Qué libros aún no hemos pensado?

Tal vez aún no hemos pensado en profundidad al cuerpo como un libro, un cuerpo de narrativas tridimensionales, con sus marcas, sus grafías, sus vacíos, su bios, su poética. El cuerpo como archivo, como un libro en continuo tránsito, continua documentación: ficción y testimonio. Tampoco hemos, seguramente, pensado al archivo sonoro como un libro, como otra forma de leer, atestiguar, ficcionar, ensamblar y construir imagen en el plano de la representación, es decir, propiciar la fanopeia. Cada sonido puede equivaler a una palabra, a un signo gráfico, a un fonograma.

Creo que quedan muchas cosas por hacer. Sólo por nombrar algunas:

  1. Llevar el libro al cuerpo, explorar sus características literarias y gráficas desde la sensación y dimensión corporal.
  2. Levantar puentes que permitan que el libro dialogue con narrativas inmersivas y narrativas transmediales.
  3. Llevar el libro a la escena, al formato vivo, a la performance, a la musicalización, sonorización, etc, etc.
  4. Explorarlo con mayor agudeza a partir del soporte visual. Explorar la visualidad y objetualidad del libro de una forma menos asistencialista y menos multidisciplinar.
  5. Explorar el libro desde el archivo sonoro haciendo uso de la investigación de campo.
  6. Explorar el libro y la espacialidad desde lo instalativo e inmersivo.
  7. Explorar el libro desde los nuevos medios y la codificación, desde una mirada transdisciplinar y menos multidisciplinar.